"No lo merezco", dijo Barack Obama cuando, en 2009,
le entregaron un inesperado premio Nobel de la Paz. Cuatro años después, muchos
creyeron asistir a poco menos que un engaño similar a un espejismo cuando el
que consideraban un pacifista amenazó en convertir a Siria en su primera guerra
formal.
Para muchos, fue una decepción. Para otros, un baño de realismo.
Para buena parte de los norteamericanos, una buena razón para dudar, ante la incertidumbre que
genera la advertencia de un ataque que, hoy por hoy, no termina de parecer
posible.
Al menos, no en los términos en los que lo planteó el propio
Obama, que, a medida que pasaban los días y crecían las críticas internas y globales
a su plan de ataque a Siria, tuvo que bajar progresivamente su amenaza hasta
casi descartarla, en el texto del acuerdo firmado ayer.
Pero ¿cuándo y cómo comenzó la transformación del líder que
criticó como "una guerra idiota" la ofensiva de su predecesor, George
W. Bush, en Irak? ¿Fue siempre un guerrero oculto o sucumbió a la presión del
Despacho Oval y sus realidades y necesidades?
La pregunta genera ríos de tinta por estos días. "En la
vida y, especialmente, en Washington, la gente suele a veces terminar
convirtiéndose en aquello que despreciaron", apuntó la incisiva Maureen
Dowd, columnista del diario The New York Times.
Fue una irónica reflexión sobre "los dos Obama" que, a
su juicio, habitan en el alma del presidente: el que odia la guerra y prometió
terminarla. Y el que habla de declararla.
"No es una guerra. Nadie habla de guerra. Se trata de un
ataque que puede ser increíblemente pequeño", atajó el elenco
gubernamental para sumarle más confusión al asunto. Como quien dice que no es
lo que es: para el mundo, un ataque a un país extranjero es un acto de guerra.
A eso se le suma el rechazo de los norteamericanos a que la Casa
Blanca quede empantanada en otra guerra. Según la última encuesta de Centro
Pew, publicada la semana pasada, un 63% de la población se opone a un ataque. A
fines de agosto eran 48% los que rechazaban la intervención militar.
La guerra le disgusta a Obama. "El guerrero infeliz",
lo tildó la portada de la revista Time. Los adjetivos le llovieron en una
semana de idas y venidas: incompetente, dubitativo, ambivalente, inconsistente,
líder mermado que supera al ex presidente James Carter en vacilación, que
malinterpreta el liderazgo y que con su " I believe we must act "
("Yo creo que debemos actuar") parece "pedir favores más que dar
órdenes".
Obama se construyó su propio brete cuando habló de la
"línea roja" que no debía cruzar Bashar al-Assad: usar armas
químicas.
Ahora, golpeado por el triunfo diplomático de Rusia, sabe que si
no logra doblegar a Al-Assad, si no logra que el acuerdo de desarme se cumpla
al milímetro, su presidencia y Estados Unidos quedarán mermados como pocas
otras veces. Es la exposición más que el fondo de la cuestión lo que lo pone a
prueba.
"Estamos en guerra hace rato, pero lo que pasa es que no se
ve", sostiene Mary Dudziak, de la Universidad del Sur de California y
autora de War Time , un libro que describe la guerra silenciosa de Obama
en territorios lejanos y de modo no convencional, con aviones no tripulados en
lugar de grandes pelotones. Una guerra "quirúrgica".
Obama heredó de Bush los conflictos de Afganistán (2001) e Irak
(2003). Las sorpresas empezaron apenas asumió: no había cumplido un año en el
poder cuando, en 2009, aumentó el despliegue de tropas en el teatro afgano. Dos
años después, en 2011, impulsó y contribuyó a la coalición internacional que
atacó Libia desde el aire y acabó con el régimen de Muammar Khadafy.
Meses después, dio la orden para llevar a cabo la operación
encubierta en Paquistán, que terminó con el ataque y muerte del líder de Al-Qaeda,
Osama Ben Laden, en manos de las fuerzas especiales Navy Seal.
Fue la captura del enemigo público "número uno" de los
Estados Unidos la que descubrió que, detrás del Obama pacifista, había otro.
Uno que revisaba semanalmente blancos para que sus aviones no tripulados
atacaran en países lejanos. Yemen, entre ellos, según terminó reconociendo la
Casa Blanca.
Una guerra menos visible, menos expuesta y -aparentemente- menos
incierta que el escenario de Medio Oriente y su riesgosa desestabilización.
Puede que la guerra no le guste. Pero hace rato que Obama la viene practicando.
TOMADO DE DIARIO LA NACION - ARGENTINA
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