El papa Francisco tiene un coche nuevo: un Renault 4 de color blanco, fabricado en 1984 y con 300.000 kilómetros de experiencia. Esta es la historia del cuatro latas pontificio:
El 15 de julio, don Renzo Zocca, un cura de Verona a punto de cumplir los 70 años, le escribió una carta al Papa. Le contaba que durante 25 años había sido párroco del barrio obrero de Saval y que durante todo ese tiempo había tenido un fiel aliado para ir de aquí para allá por las periferias del mundo, sobre todo en los años 80, cuando las drogas y sus fatales consecuencias se adueñaron del Villagio Dell'Oca Bianca, colindante con su parroquia.
Ese amigo leal que nunca le había dejado tirado era un Renault 4, y don Renzo le decía en su carta a Jorge Mario Bergoglio que se sentiría honrado si él, un Papa humilde, aceptara ese regalo de un viejo cura de barrio obrero.
Don Renzo echó la carta al buzón con la dirección del Vaticano, no le dijo nada nadie—tal vez para que no lo tomaran por chalado— y se olvidó del asunto. Hasta que el 10 de agosto sonó su teléfono.
Lo primero que se le ocurrió decir cuando oyó la voz al otro lado de la línea fue: “Bendito sea Jesucristo”. Era el Papa. No podía ser una broma —dice don Renzo que pensó— porque a nadie le había hablado de la carta y porque no sería la primera vez que Bergoglio agarra el teléfono y llama sin intermediarios a alguien.
Así que, superada la primera impresión, don Renzo y el Papa estuvieron charlando un buen rato. “Me dio las gracias”, cuenta el cura de Verona, “y me dijo que mejor se lo regalara a los pobres. Le contesté que ese coche le había dado ya todo a los pobres y le confirmé mi propósito de entregárselo. Me preguntó entonces si tenía otro coche y cuando le dije que sí, aceptó”.
A continuación, según el relato del párroco italiano, se pusieron a buscar una fecha. Escuchó cómo el Papa hojeaba las páginas de sus agenda. “Yo puedo”, dijo por fin el pontífice, “el 5, el 6 o el 7 de septiembre a primera hora de la tarde". Quedaron en el Vaticano el día 7 a las tres de la tarde y allí que se presentó orgulloso don Renzo con su cuatro latas montado en una grúa y un centenar de vecinos del barrio de Saval.
La Guardia Suiza, al ver tamaña procesión, solo dejó entrar a la mitad, así que el Papa, al enterarse, fue hasta la puerta del pequeño Estado a recibir la ofrenda. Tras agradecerla debidamente y recordar que él también había tenido un R4, se montó en el coche y regresó conduciéndolo a la residencia de Santa Marta.
El 15 de julio, don Renzo Zocca, un cura de Verona a punto de cumplir los 70 años, le escribió una carta al Papa. Le contaba que durante 25 años había sido párroco del barrio obrero de Saval y que durante todo ese tiempo había tenido un fiel aliado para ir de aquí para allá por las periferias del mundo, sobre todo en los años 80, cuando las drogas y sus fatales consecuencias se adueñaron del Villagio Dell'Oca Bianca, colindante con su parroquia.
Ese amigo leal que nunca le había dejado tirado era un Renault 4, y don Renzo le decía en su carta a Jorge Mario Bergoglio que se sentiría honrado si él, un Papa humilde, aceptara ese regalo de un viejo cura de barrio obrero.
Don Renzo echó la carta al buzón con la dirección del Vaticano, no le dijo nada nadie—tal vez para que no lo tomaran por chalado— y se olvidó del asunto. Hasta que el 10 de agosto sonó su teléfono.
Lo primero que se le ocurrió decir cuando oyó la voz al otro lado de la línea fue: “Bendito sea Jesucristo”. Era el Papa. No podía ser una broma —dice don Renzo que pensó— porque a nadie le había hablado de la carta y porque no sería la primera vez que Bergoglio agarra el teléfono y llama sin intermediarios a alguien.
Así que, superada la primera impresión, don Renzo y el Papa estuvieron charlando un buen rato. “Me dio las gracias”, cuenta el cura de Verona, “y me dijo que mejor se lo regalara a los pobres. Le contesté que ese coche le había dado ya todo a los pobres y le confirmé mi propósito de entregárselo. Me preguntó entonces si tenía otro coche y cuando le dije que sí, aceptó”.
A continuación, según el relato del párroco italiano, se pusieron a buscar una fecha. Escuchó cómo el Papa hojeaba las páginas de sus agenda. “Yo puedo”, dijo por fin el pontífice, “el 5, el 6 o el 7 de septiembre a primera hora de la tarde". Quedaron en el Vaticano el día 7 a las tres de la tarde y allí que se presentó orgulloso don Renzo con su cuatro latas montado en una grúa y un centenar de vecinos del barrio de Saval.
La Guardia Suiza, al ver tamaña procesión, solo dejó entrar a la mitad, así que el Papa, al enterarse, fue hasta la puerta del pequeño Estado a recibir la ofrenda. Tras agradecerla debidamente y recordar que él también había tenido un R4, se montó en el coche y regresó conduciéndolo a la residencia de Santa Marta.
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