sábado, 31 de mayo de 2014

LOS EGOS Y EL MARKETING, ESOS DEMONIOS DEL FUTBOL

El mundo vio, no sin cierta sorpresa -o estupor-, cómo Cristiano Ronaldo celebraba de manera defenfrenada su gol al Atlético de Madrid en la final de la Champions League. Corriendo hacia las cámaras, gritando como quien mete los dedos en el enchufe, quitándose la camiseta para mostrar sus envidiables abdominales (una nota del diario As, de Madrid, consigna que hace 3.000 por día), su físico sin un gramo de grasa. Y quedándose lo más posible para que fotógrafos y camarógrafos tuvieran tiempo suficiente de hacer su trabajo. Muy considerado.

El asombro era por tratarse de un gol estadístico, sin importancia alguna: el cuarto de un 4 a 1, de penal, conseguido en el minuto 121, con el pleito totalmente resuelto y el Atlético ya entregado, y sobre todo porque, quien festejaba desaforado era un hombre que no había hecho nada útil por la victoria -no la tocó- y que parecía querer autoencumbrarse en figura apenas con un festejo, luego de una actuación fantasmal.

Tan desmedido y prolongado show -forzado, antinatural y fuera de lugar- molestó desde luego a los hinchas del Atlético de Madrid, y al club mismo. Porque hay un límite ético en el deporte que exige respeto por el rival caído, aún cuando uno tenga el derecho a manifestar toda su alegría.

Luego Cristiano explicó que tal frenesí en realidad tenía su justificación: lo estaban filmando especialmente para lo que será su primera incursión en el cine, que se llamará “Ronaldo, la película”. O sea, era armado. O sea, ya estaba el marketing, ese monstruo distorsionador, metiendo la cola. Lamentable.

Más perplejidad: cómo a segundos de alcanzar la gloria en el torneo más fuerte del mundo de clubes, el jugador Cristiano está más pendiente de una cuestión comercial que de la feliz circunstancia presente. Ahí, “con las pulsaciones a mil”, como dicen los propios futbolistas para justificarse cuando cometen un desatino.

Pero cuando ese capítulo ya entraba en camino de ser anécdota, surgió otro, más sorprendente aún: Televisión Española (TVE) difundió tres días después un video aéreo en el que se ve con total claridad que Cristiano no celebró el gol de Sergio Ramos, ese sí un golazo, que motivó el milagro de conquistar la décima corona de Europa. Se iba el partido y, bordeando los 93 minutos, metió uno de sus cabezazos matadores para revivir a un Madrid que parecía muerto y enterrado. Luego llegaron los goles en el tiempo suplementario, pues el Atleti se quebró, física y anímicamente.

(Vale aclarar que el empate del Madrid no admite discusiones: fue anotado en tiempo y forma. Es cierto que el juez adicionó 5 minutos, pero la pelota entró cuando el cronómetro marcaba 92' 53”. Y 3 minutos de prórroga son válidos para cualquier partido, más en ése, que tuvo tantas interrupciones. Además, es saludable para el juego que los árbitros descuenten todo el tiempo que crean conveniente, para desalentar la especulación. Por regla general, los arqueros del equipo que va ganando queman entre 20 y 30 segundos en cada saque de arco. Eso hay que recuperarlo.)

Pero volvamos al tanto de Ramos, que sin dudas fue el gol del campeonato, el que le devolvió las pulsaciones a toda una afición.


En las imágenes de TV se ve la insólita actitud de Cristiano, que va a buscar la pelota al fondo del arco, la arroja y camina hacia el centro del campo en silencio y mirando el piso, desentendido de todos sus compañeros, de los suplentes y hasta los auxiliares, quienes forman una montaña para celebrar con el héroe de esa final, que fue el central sevillano. También de los millones de hinchas maridistas en todo el mundo, que casi rompen sus televisores de la emoción. Esto muestra dos cosas: el descomunal egocentrismo del portugués o su nula relación con Sergio Ramos. O ambas. Lo curioso es que Ramos sí fue a abrazar al goleador tras su golcito de penal.

Luego, los futbolistas nos hablan del grupo humano, del vestuario como de un recinto sagrado donde cohabitan la ilusión, el compañerismo, la unión...

Como sucede con Neymar, el de Ronaldo es un caso de márketing tan colosal que traspasa la frontera de la prudencia. Pero que acaba imponiéndose. Todo el día vendiendo imagen. Y hay millones que compran... El periodismo también compra.

En estas horas la novedad que impacta al mundo deportivo es que Cristiano podría perderse el Mundial por lesión. Ya uno no sabe qué pensar, si es verdad o si entró en juego la mediatización, hermana gemela del márketing: lo seguro es que de aquí al debut de Portugal, frente a Alemania el día 16, se derramarán ríos de tinta y miles de rumores e informaciones sobre si llega o no. Luego, lo más probable es que juegue, pero ya estará logrado el objetivo: durante dos semanas, el eje mundial de la noticia deportiva será Cristiano. ¡Y a seguir facturando...! Porque luego las consultoras dictaminan: el personaje con mayor despliegue mediático es Cristiano. Y allí apuntan las empresas.

Ahora nos vienen a la mente las lagrimas que derramó CR7 (forzaditas también) cuando recibió el Balón de Oro, y todos nos conmovimos; y hasta se nos humedecieron los ojos... ¡Qué candor el nuestro...!

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