“¿Tiene futuro el quechua?”, es la pregunta que da título a un
artículo reciente de Richard Webb, director del Instituto del Perú, que
ha vuelto a poner sobre la mesa de debate distintos puntos de vista
acerca de la realidad y el futuro de esta lengua y cultura en el vecino
país.
En su artículo, Webb señala la extinción irremediable del ‘idioma de los incas’, la migración masiva a Lima, el contacto sostenido con elementos de la modernidad y un influyente sentido de la vergüenza y el pesimismo con respecto a la utilización de esta lengua.
Esos son los argumentos centrales que conducen a Webb a hacer tal afirmación. “La ambición de los padres porque sus hijos tengan acceso a un mundo más amplio ha exigido la migración lingüística, en consecuencia, la pérdida de la lengua materna”, señala.
Las variables cifras del quechua
Para apoyar su punto de vista, los argumentos abundan. En 1940, 2 de cada 3 peruanos hacían uso del quechua, una cifra elevada para un país que entonces tenía 7 millones de habitantes.
Hoy, con la población cuadruplicada, la realidad es distinta. El último censo, en 2007 mostró que un 13,2% de población aceptaba que habla el quechua.
Esa cifra equivale aproximadamente a unos 3,2 millones de personas que viven en las zonas montañosas y pobres del país, como Apurímac, Ayacucho y Cusco.
Sin embargo, la Encuesta Nacional del Hogar, realizada en 2012, añadió un dato interesante: al menos 22,8% de los peruanos se declaraba como poseedor de la cultura quechua.
¿Cómo entender que existan personas que se reivindican como quechas pero que no usan su idioma?
Políticas de Estado
Para la historiadora Cecilia Méndez, esa especie de contradicción entre las cifras de un censo y otro da pie a uno de los primeros cuestionamientos al artículo de Webb.
“No existe peligro de extinción, pues la sola migración a otro idioma no implica la muerte del original, como sí lo hacen procesos de adaptación y conquistas culturales, luchas por el poder e incluso políticas de Estado”, apunta Méndez.
El proyecto nacional de Estado en el Perú es una sumatoria de empresas inacabadas. La línea más constante en ellas quizá sea la marcada desde la muerte de Túpac Amaru II: la imposición del criollismo sobre el olvido del pasado inca.
De ahí en más, toda actitud del Estado frente a este tema ha sido más bien conservadora. Recién en 1968 se reconoce al quechua como idioma oficial, algo que sería puesto en tela de duda por gobiernos como el de Fujimori.
La capacitación lingüística a funcionarios gubernamentales que viajan hacia zonas andinas por trabajo, la inversión en educación bilingüe, la oficialización de alfabetos y reglas de puntuación ancestrales, han sido esfuerzos menores frente al histórico prestigio social que el castellano ha alcanzado en Perú.
Entre lo moderno y lo tradicional
Entender la categoría de ‘estigma’ con la que se mira a quienes poseen y utilizan la lengua quechua como elemento de comunicación, empieza por entender la división profunda entre lo que en Perú se conoce como moderno, y lo que tiene categoría de tradicional.
“Lo tradicional es sinónimo de atraso, de desprestigio, durante muchos años, los peruanos hemos querido sacarnos de encima ese rótulo creyendo que así aceleraríamos nuestro ingreso al primer mundo”, manifiesta el sociólogo limeño Lorenzo Planas.
Ese esfuerzo por distanciarse de los rasgos tradicionales implicaba, por supuesto, un alejamiento constante del quechua. Y no solo se ensayaba eso con una indiferencia legitimada desde los estamentos de poder, sino desde un mal manejo de las políticas de inclusión.
Consorcio Gutiérrez, presidente de la Academia Mayor de la Lengua, con sede en Cusco, señala que muchos esfuerzos del Estado han sido creados sin base ni respeto a la realidad de los pueblos quechuas.
“En Cusco, por ejemplo, la educación bilingüe fracasó porque intentaba imponer a los niños un dialecto que no era de la zona”, señala.
Variantes del idioma
Según la Dirección Nacional de Educación Intercultural Bilingüe (Digeibir), al menos 4 variantes del quechua se emplean en Perú: el amazónico o kichwa, el central, el norteño y el sureño.
Cada una de esas variantes tiene ramificaciones locales, sumando una alta cantidad de expresiones.
Isac Huaman, director de la Escuela Nacional de Folklore, ve en la multiplicidad idiomática un verdadero legado ancestral que no ha sido correctamente apoyado desde la institucionalidad.
“Carecemos, por ejemplo, de un censo que tenga como tema central lo étnico”, asegura Huaman.
En efecto, el debate identitario en el país que fuera definido por José María Arguedas como el de “Todas las sangres”, ha tenido un rumbo distinto al de sus vecinos Ecuador y Bolivia.
Preocupaciones más relacionadas con la clase, y un trasfondo de argumento racial han dado forma a un contexto interrumpido por la guerra interna en la que se contabilizaron cerca de 70 mil muertos, el 70% de ellos quechua-hablantes.
De los 300 idiomas que se contabilizaban en Perú, se supone que existen apenas 90. De ellos, unos 16 estarían en vías de extinción y 30 más con problemas muy graves.
“La lengua ancestral ha pasado de la calle a la casa y de la casa a la cocina”, apuntaba hace poco, en una suerte de autocrítica, Modesto Gálvez, exdirector de la Digeibir.
Signos de muerte reviven debate
El imaginario reduccionista empata con el amplio sentido de silencio atribuido al quechua hablante, lo que lleva a suponer a Richard Webb que el tiempo de existencia de esta lengua y cultura está contado. “Para salir del hueco (del subdesarrollo), los padres ya no enseñan quechua a sus hijos, a cambio aprenden español o inglés”, escribía.
Rodrigo Montoya, uno de los investigadores más experimentados en el tema de la cultura quechua, dice que las afirmaciones de la extinción de la lengua fortalecen el proyecto que se trazó desde Pizarro a sus seguidores.
“Para ellos, la cultura quechua debe ser liquidada. Los proyectos bilingües, la inserción de debates y todo lo demás son solo palabras, en el fondo lo que buscan con estas manifestaciones es matar la cultura”, señala.
Lo que no se ve, añade Montoya, es el amplio sentido de resistencia que los quechuas han tenido por siglos, lo que los ha llevado a leer el mundo desde coordenadas propias. Las fiestas populares, los modos de relación con la ciudad, los imaginarios sociales en las barriadas de Lima, son parte de esa expresión.
Así, “la base social es la llamada a organizarse independientemente del Estado para emitir demandas reales a sus necesidades actuales”, indica Montoya.
De esta forma, el antiguo vaticinio del fin del quechua vuelve a debatirse con fuerza en Perú.
En su artículo, Webb señala la extinción irremediable del ‘idioma de los incas’, la migración masiva a Lima, el contacto sostenido con elementos de la modernidad y un influyente sentido de la vergüenza y el pesimismo con respecto a la utilización de esta lengua.
Esos son los argumentos centrales que conducen a Webb a hacer tal afirmación. “La ambición de los padres porque sus hijos tengan acceso a un mundo más amplio ha exigido la migración lingüística, en consecuencia, la pérdida de la lengua materna”, señala.
Las variables cifras del quechua
Para apoyar su punto de vista, los argumentos abundan. En 1940, 2 de cada 3 peruanos hacían uso del quechua, una cifra elevada para un país que entonces tenía 7 millones de habitantes.
Hoy, con la población cuadruplicada, la realidad es distinta. El último censo, en 2007 mostró que un 13,2% de población aceptaba que habla el quechua.
Esa cifra equivale aproximadamente a unos 3,2 millones de personas que viven en las zonas montañosas y pobres del país, como Apurímac, Ayacucho y Cusco.
Sin embargo, la Encuesta Nacional del Hogar, realizada en 2012, añadió un dato interesante: al menos 22,8% de los peruanos se declaraba como poseedor de la cultura quechua.
¿Cómo entender que existan personas que se reivindican como quechas pero que no usan su idioma?
Políticas de Estado
Para la historiadora Cecilia Méndez, esa especie de contradicción entre las cifras de un censo y otro da pie a uno de los primeros cuestionamientos al artículo de Webb.
“No existe peligro de extinción, pues la sola migración a otro idioma no implica la muerte del original, como sí lo hacen procesos de adaptación y conquistas culturales, luchas por el poder e incluso políticas de Estado”, apunta Méndez.
El proyecto nacional de Estado en el Perú es una sumatoria de empresas inacabadas. La línea más constante en ellas quizá sea la marcada desde la muerte de Túpac Amaru II: la imposición del criollismo sobre el olvido del pasado inca.
De ahí en más, toda actitud del Estado frente a este tema ha sido más bien conservadora. Recién en 1968 se reconoce al quechua como idioma oficial, algo que sería puesto en tela de duda por gobiernos como el de Fujimori.
La capacitación lingüística a funcionarios gubernamentales que viajan hacia zonas andinas por trabajo, la inversión en educación bilingüe, la oficialización de alfabetos y reglas de puntuación ancestrales, han sido esfuerzos menores frente al histórico prestigio social que el castellano ha alcanzado en Perú.
Entre lo moderno y lo tradicional
Entender la categoría de ‘estigma’ con la que se mira a quienes poseen y utilizan la lengua quechua como elemento de comunicación, empieza por entender la división profunda entre lo que en Perú se conoce como moderno, y lo que tiene categoría de tradicional.
“Lo tradicional es sinónimo de atraso, de desprestigio, durante muchos años, los peruanos hemos querido sacarnos de encima ese rótulo creyendo que así aceleraríamos nuestro ingreso al primer mundo”, manifiesta el sociólogo limeño Lorenzo Planas.
Ese esfuerzo por distanciarse de los rasgos tradicionales implicaba, por supuesto, un alejamiento constante del quechua. Y no solo se ensayaba eso con una indiferencia legitimada desde los estamentos de poder, sino desde un mal manejo de las políticas de inclusión.
Consorcio Gutiérrez, presidente de la Academia Mayor de la Lengua, con sede en Cusco, señala que muchos esfuerzos del Estado han sido creados sin base ni respeto a la realidad de los pueblos quechuas.
“En Cusco, por ejemplo, la educación bilingüe fracasó porque intentaba imponer a los niños un dialecto que no era de la zona”, señala.
Variantes del idioma
Según la Dirección Nacional de Educación Intercultural Bilingüe (Digeibir), al menos 4 variantes del quechua se emplean en Perú: el amazónico o kichwa, el central, el norteño y el sureño.
Cada una de esas variantes tiene ramificaciones locales, sumando una alta cantidad de expresiones.
Isac Huaman, director de la Escuela Nacional de Folklore, ve en la multiplicidad idiomática un verdadero legado ancestral que no ha sido correctamente apoyado desde la institucionalidad.
“Carecemos, por ejemplo, de un censo que tenga como tema central lo étnico”, asegura Huaman.
En efecto, el debate identitario en el país que fuera definido por José María Arguedas como el de “Todas las sangres”, ha tenido un rumbo distinto al de sus vecinos Ecuador y Bolivia.
Preocupaciones más relacionadas con la clase, y un trasfondo de argumento racial han dado forma a un contexto interrumpido por la guerra interna en la que se contabilizaron cerca de 70 mil muertos, el 70% de ellos quechua-hablantes.
De los 300 idiomas que se contabilizaban en Perú, se supone que existen apenas 90. De ellos, unos 16 estarían en vías de extinción y 30 más con problemas muy graves.
“La lengua ancestral ha pasado de la calle a la casa y de la casa a la cocina”, apuntaba hace poco, en una suerte de autocrítica, Modesto Gálvez, exdirector de la Digeibir.
Signos de muerte reviven debate
El imaginario reduccionista empata con el amplio sentido de silencio atribuido al quechua hablante, lo que lleva a suponer a Richard Webb que el tiempo de existencia de esta lengua y cultura está contado. “Para salir del hueco (del subdesarrollo), los padres ya no enseñan quechua a sus hijos, a cambio aprenden español o inglés”, escribía.
Rodrigo Montoya, uno de los investigadores más experimentados en el tema de la cultura quechua, dice que las afirmaciones de la extinción de la lengua fortalecen el proyecto que se trazó desde Pizarro a sus seguidores.
“Para ellos, la cultura quechua debe ser liquidada. Los proyectos bilingües, la inserción de debates y todo lo demás son solo palabras, en el fondo lo que buscan con estas manifestaciones es matar la cultura”, señala.
Lo que no se ve, añade Montoya, es el amplio sentido de resistencia que los quechuas han tenido por siglos, lo que los ha llevado a leer el mundo desde coordenadas propias. Las fiestas populares, los modos de relación con la ciudad, los imaginarios sociales en las barriadas de Lima, son parte de esa expresión.
Así, “la base social es la llamada a organizarse independientemente del Estado para emitir demandas reales a sus necesidades actuales”, indica Montoya.
De esta forma, el antiguo vaticinio del fin del quechua vuelve a debatirse con fuerza en Perú.
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