Afaf, pureza en árabe, es la reina de un sótano oscuro y gris en el que se apiñan 14 niños, seis adolescentes, cuatro mujeres y una anciana tuerta de mirada insomne y sonrisa límpida.
La de su madre, Hanan –22 años, tez morena, ojos brunos– apenas logra esbozarse, cautiva del dolor que aún siente bajo el abdomen al caminar, y de las 19 largas noches que ha pasado en permanente vela.
Son los mismos que lleva refugiada, junto a una treintena de familias, en los bajos de un complejo de torres de hormigón en una de las colinas de Beit Janun. Desde ellas se divisa Beit Lahia, de donde tuvieron que huir el 8 de julio pasado cuando se inició la ofensiva militar israelí contra Gaza, una franja costera de apenas 360 km² donde gobierna el movimiento islamista palestino Hamás.
“Los dolores de parto me llegaron de noche, en medio de los bombardeos. Tratamos de llamar a una ambulancia, pero no podían venir”, rememora con apenas un hilo de voz.
“Aquí no tenemos coche. No hay gasolina. No tenemos agua y electricidad solo cuatro horas al día. Pero logramos que vinieran a buscarnos y nos llevaran al hospital de Auda”, próximo al campo de refugiados de Jabalia y al alcance de los proyectiles, le ayuda su marido Omar, de 24 años recién cumplidos.
En brazos de su abuela, Salma –45 años–, envuelta en una peluda manta de colores –pese al calor–, y tocada con una capucha bordada rosa, Afaf se agita y chilla, quizá de calor, quizá de hambre, inocente en el quinto día de una vida –otra más en Palestina– que desconoce la paz.
Nació en el mismo frente de batalla, al tiempo que soldados y tanques israelíes violaban la vecina verja que aisla la franja y sus orugas hollaban, por segunda vez en cinco años, Gaza.
Carros de combate cuyos cañones, que regurgitan proyectiles de 120 mm, son aún visibles desde el bloque de apartamentos espectral, que días atrás resonaba con las risas y cotidianidad de 250 familias.
“Estamos cansados de huir. Llevamos toda la vida haciéndolo. Aquí no hay paz. ¿Pero, dónde la hay?”, dice Hisham, de 49 años y bigote tupido, a la puerta de un edificio salteado de impactos de metralla, ropa colgada y plantas marchitas en la ventana. A sus pies, entre cristales arrancados, los niños se asoman a la puerta, vencido el temor a las metralletas por su inocente curiosidad.
“Mi familia tuvo que huir en el 48 y refugiarse en Cisjordania. Y volver a huir y refugiarse aquí en el 67. No tenemos nada, y lo poco que logramos tener nos lo quitan”, se queja Hisham mientras en la escalera unos pocos cuerpos se desperezan.
“Queremos un alto el fuego. No nos importa cómo o quién gana. Somos solo civiles que quieren vivir, volver a casa y trabajar”, sentencia.
Las escenas de llanto y dolor se repiten en Gaza, el territorio más poblado del planeta (1,5 millones de habitantes). Ayer, durante una tregua de doce horas, 130 cadáveres fueron rescatados de entre los escombros, junto con objetos personales.
Ezzeldin Al-Qasam, el brazo armado de Hamás, le hace frente a la ofensiva israelí con una capacidad similar a la de un ejército regular, según especialistas. Aunque el potente arsenal israelí es el que ha causado más destrozos y al menos 1.030 muertes del lado palestino.
Israel prolonga tregua
Israel aceptó prolongar hoy la tregua humanitaria observada ayer, una prórroga rechazada por Hamás, que reanudó sus lanzamientos de cohetes y exige una retirada de las tropas israelíes de la Franja de Gaza, donde han muerto 1.147 palestinos, y los heridos son más de 6.000.
Israel aceptó prolongar hoy la tregua humanitaria observada ayer, una prórroga rechazada por Hamás, que reanudó sus lanzamientos de cohetes y exige una retirada de las tropas israelíes de la Franja de Gaza, donde han muerto 1.147 palestinos, y los heridos son más de 6.000.
Hamás reivindicó ayer el lanzamiento de cohetes contra territorio israelí desde la Franja de Gaza al término de una primera tregua de doce horas, que Israel había decidido prolongar cuatro más.
Sin embargo, Israel no respondió a esos ataques, que no dejaron víctimas ni daños materiales.
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