Faltan cuatro meses para el Mundial y las manifestaciones contra el mega acontecimiento deportivo aumentan el desafío que deberá enfrentar la presidenta Dilma Rousseff para realizar la “Copa de las Copas”, como prometió públicamente. En Brasilia hay un temor creciente por el impacto negativo que esas movilizaciones podrán tener en el proceso electoral que culmina en octubre próximo, donde la jefa de Estado juega su reelección. Nadie olvida que en junio de 2013, con las marchas contra el torneo de Confederaciones, organizado por la Fifa como una previa del Mundial, la popularidad de Dilma desbarrancó.
Para encarar esa onda negativa el gobierno brasileño prepara una amplia campaña publicitaria, con el objetivo de debilitar las críticas y disminuir el alcance de las marchas que se preparan para ese período. Este año, las protestas se iniciaron pronto.
Hace una semana, unos 2.000 jóvenes se reunieron frente al Museo de Arte Moderno de San Pablo, en la avenida Paulista, punto de encuentro obligado en esta ciudad. Como ocurrió en 2013, también esta vez la movilización derivó en depredaciones contra sedes bancarias, promovidas por los militantes anarquistas de la corriente “black blocs”. Hubo más de 150 detenidos y un chico de 22 años resultó baleado por la policía militar. Hay una consigna que unifica a los jóvenes rebeldes: “Si no tenemos derechos (a la salud y educación), tampoco tendremos Copa”.
Saben que la Copa se hará a pesar de las protestas. Pero los más politizados anticipan que el Mundial “se hará en medio de las luchas”.
Y prevén dificultades para el público que asista a los partidos. “No será fácil ingresar a los estadios y moverse en las ciudades” declararon algunos dirigentes. Ayer, precisamente, 9 ómnibus de pasajeros fueron atacados en Porto Alegre, la ciudad que será sede del partido entre las selecciones de Argentina y Nigeria el próximo 25 de junio. Los ataques a los micros, cuando circulaban con pasajeros, fueron una consecuencia del paro de conductores, que entró en su cuarto día consecutivo. Y en San Pablo, a pesar del refuerzo policial no se consiguió todavía frenar el incendio de autobuses: ayer por la madrugada, en la zona sur de la ciudad, un grupo prendió fuego a una unidad, luego que el conductor y el cobrador de boleto fueran obligados a descender.
El susto por lo que puede ocurrir llevó a personalidades, como Pelé, a pedir el cese de las protestas. “Espero que la gente tenga conciencia y deje en paz a la Copa del Mundo. El fútbol trae divisas y beneficios para Brasil y nada tiene que ver con la corrupción de los políticos”, argumentó en una entrevista al ESPN de Brasil. Recordó que el Mundial “llenará de turistas a Brasil” y dijo que nada justifica que los “propios brasileños arruinen la fiesta”.
Para refrenar la marcha del lema “No habrá Copa” que se propaga por las redes sociales, el gobierno ideó el movimiento “Vamos a tener Copa”. La estrategia debe ser conducida por el flamante ministro de Comunicación, Thomas Traumann, ex periodista de la Folha quien reemplazará a la renunciante Helena Chagas. La campaña publicitaria debe hacer eje en la reivindicación de las obras que se hicieron a propósito del Mundial y que según el gobierno constituye el “legado” que dejará el mayor evento futbolístico internacional.
También debe subrayar que gracias a los empleos generados por las obras, la desocupación bajó a 5,4%. En cuanto a la seguridad, el Palacio del Planalto (sede gubernamental en Brasilia) ya avisó a las secretarías de Seguridad de los estados subsedes que no es su atribución cuidar de las acciones policiales. El gobierno de Dilma quiere limitar su intervención a las llamadas “situaciones excepcionales”, como eventuales ataques terroristas, que requieran la participación de las Fuerzas Armadas. También pondrá a disposición de los gobiernos estaduales a la Fuerza Nacional (un cuerpo especial creado por el ex presidente Lula da Silva), en caso que las policías militares se vean desbordadas.
Para el urbanista Orlando Junior, de la Universidad Federal de Río de Janeiro, el “legado” de la Copa no justifica que se vulneren derechos de la población. En una entrevista concedida a la revista brasileña Carta Capital, el experto señaló que en función de descalificar a los manifestantes “todo el mundo es visto ahora como un derechista al servicio de la oposición”. Consideró que sería “más inteligente abrir canales de diálogo y desenterrar la reforma de nuestro caduco sistema político”.
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