Yuibug se quedó en silencio y abandonado. Los niños y sus padres se marcharon hace ya casi 15 años, cuando el volcán Tungurahua despertó de un letargo de 98 años.
Nadie creería que Yuibug fue un poblado, donde vivieron 70 familias, dedicadas a la agricultura y la ganadería.
La mayoría se fue. Así como lo hizo una buena parte de familias de las parroquias Puela y Bilbao, y de las comunidades El Manzano, Choglontús, Pungal de Puela, Chacauco, Pondoa y Juive Grande. Migraron a Baños, Penipe, Riobamba, Ambato, Guaranda, Santo Domingo de los Tsáchilas, Galápagos, la Amazonía y muchos a España.
La disminución de la población asentada en las faldas del volcán es uno de los efectos en los casi 15 años de reactivación: el 13 de octubre de 1999 se dio la primera erupción.
En Yuibug, una comunidad de la parroquia Bilbao (Penipe, Chimborazo), queda una cancha de fútbol y una escuela, cuyo techo se cae a pedazos por el peso de la ceniza convertida en piedra. Las tres aulas son el depósito de pupitres arrumados, polvo, telarañas y restos de vidrios de ventanales quebrados con cada sismo volcánico.
Hacia arriba, en dirección al gran volcán, están casas de madera y cemento, vacías. Pero en la parte más alta, entre los árboles de eucalipto, hay dos más: la de María Poaquiza, la única habitante, y de Segundo Gavilanes, el presidente de la comunidad, quien viaja todos los días desde Riobamba, donde vive.
Llega a cuidar sus dos vacas y maizales que sembró el año pasado. Las tierras de seis vecinos también están ocupadas por maizales crecidos -casi de cosecha- y marchitos por la ceniza que no ha cesado de caer desde el 1 de febrero, la primera fuerte reactivación de este año.
Él recuerda que 30 niños iban a la escuela cerrada en 1999, porque la erupción destruyó el techo. La profesora, que era de Baños, también se alejó. Todos se fueron por temor a tanto cañonazo y bramidos.
Su única vecina "echa un ojo" a las demás propiedades. Ella también abandonó Yuibug en 1999. Se fue a vivir a Tena (Napo), donde no se adaptó por el clima cálido y húmedo. Luego bajó a Baeza y tampoco se quedó. Tras dos años de probar suerte volvió. Ambos habitantes solitarios se aferran a Yuibug, su única certeza. "Sin animales y sin tierra para sembrar no somos nadie".
La ceniza negra, del tamaño de un grano de azúcar, cubre a un Yuibug, gris y solitario.
El fantasma de la soledad también persigue a Puela, ubicada a 20 minutos en carro, yendo por la vía Baños-Penipe.
La única calle del centro de la parroquia de Penipe está desierta. La ceniza blancuzca se levanta con el viento y envuelve a las casas antiguas de madera, cerradas con candados.
Al frente, en la casa de la Junta Parroquial atiende María Esther Barriga, la secretaria, quien vive en Riobamba y viaja todos los días a Puela.
Ella tenía 16 años cuando erupcionó el volcán. En ese entonces, su familia era una de las 30 que vivían en el centro poblado; ahora solo quedan siete y la mayoría está formada por personas de más de 70 años, como Telmo Balseca, de 72.
Ni Barriga ni Balseca creen que Puela sea un pueblo fantasma del volcán. Al contrario, afirman, algunos han regresado a trabajar la tierra que estaba abandonada; aunque no se quedan a dormir y en la noche regresan a sus nuevos hogares.
El alcalde de Penipe, Fausto Chunata, asegura que a través de la entrega de maquinaria agrícola a cada Junta Parroquial se incentivó el regreso de los campesinos para producir la tierra. El plan funciona y eso se ve en las plantaciones de maíz, manzana y claudia que crecen en las parcelas, aunque afectadas por la ceniza.
En El Manzano y Choglontús, comunidades de Puela, las tierras también están cultivadas, pero el volcán no les da tregua.
La ceniza cubrió todo y solo han podido cosechar el maíz que ya estaba crecido; y las vacas mugen del hambre, porque el pasto está contaminado.
En honor a esa persistencia, la gente de Puela y Bilbao recibió hace una semana una placa de reconocimiento a su valentía por soportar las erupciones del volcán durante 15 años. La entregó el Municipio el día que Penipe cumplió 30 años de cantonización. "Nos han dicho que el volcán es nuestro vecino y lo hemos aceptado", dice Barriga.
Al otro lado, a media hora de viaje, en Pondoa -un caserío del cantón Baños (Tungurahua)- los pocos habitantes están contentos de volver a tener un bebé, tras casi una década, cuando se fueron los niños y jóvenes. Es el único que tiene esta comunidad. Llegó hace seis meses cuando su madre, Silvana Albán, dio a luz.
P ondoa apenas tiene 43 habitantes, cuenta Gustavo Padilla, el líder y vigía del volcán por más de 15 años. Todas son personas adultas y adultas mayores, porque sus hijos se establecieron en Baños o viajaron a España. Le ocurrió a los esposos Juan Gabriel Merino y María Albán; sus hijos viven en el país europeo y en Quito.
Sin niños, la Escuela Fiscal Nicolás Dueñas Ibarra y el dispensario médico fueron cerrados. Lo mismo ocurrió con los planteles de Cusúa y Chacauco, comunidades del cantón Pelileo, cuya población también es de adultos mayores.
La última reactivación del volcán no ha terminado y vendrán otras con más erupciones explosivas sobre Yuibug, Puela, Pondoa, Cusúa, Bilbao...
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