Las nuevas revelaciones de Edward Snowden -el exiliado exagente
de Estados Unidos- implican que la Agencia Nacional de Seguridad de Estados
Unidos utiliza información proveniente de apps instaladas en teléfonos
inteligentes.
La filtración abre un nuevo capítulo en el debate sobre la privacidad en los dispositivos móviles.
En las últimas semanas han habido varios llamados para que Google y Apple (responsables de Android y iOS respectivamente) eduquen más a los consumidores sobre la información que revelan al instalar una aplicación.
Otros aseguran que los que más responsabilidad tienen son los programadores de las apps que no toman las suficientes precauciones para evitar que estas filtren datos sensibles.
Pero quizá la pregunta es: ¿por qué una aplicación como un juego necesita conocer la ubicación de sus usuarios, tener acceso a internet o a los contactos del jugador?
Al tener una conexión a internet o acceso a una ubicación pueden saber cuántas veces la aplicación se inicia en un territorio determinado, a qué hora y por cuánto tiempo.
Gracias a la conexión a internet se puede entonces agregar toda la información de sus usuarios y tener una fotografía clara de cómo, dónde y cuándo se utiliza su programa.
Los anunciantes requieren saber la ubicación de los usuarios, su idioma y otras apps instaladas para poder mostrar publicidad atractiva.
El modelo de negocio (después de todo las aplicaciones no son de beneficencia) puede requerir anunciantes.
Hasta aquí todo bien. Se puede estar de acuerdo con la recolección anónima de datos para cualquiera de estos propósitos o estar en desacuerdo y no utilizar dichos programas.
La clave aquí es que dicha acepción implica confianza. El usuario final confía en que sus datos no serán revelados y sólo se usarán en forma anónima.
Los problemas comienzan a ocurrir cuando los programadores respaldan dicha información en internet sin codificarla, dejándola expuesta a redes de criminales cibernéticos o agencias de espionaje.
En ese sentido la responsabilidad de los programadores es crucial.
En sus reglas de privacidad (clic ubicadas en su sitio web) la empresa explica que usa datos como la ubicación de sus usuarios y otra información relevante para que terceras empresas puedan mostrar anuncios.
Ofrece a sus usuarios -a los que leen con cuidado las reglas en su página- la opción de salirse de la recolección de datos, pero advierte que al hacerlo seguirán recibiendo publicidad aunque no esté basada en sus intereses.
Cualquier búsqueda de una app en un iPhone o iPad suele mostrar -si está disponible- un vínculo a las reglas de privacidad del programa- y al abrirla tras instalarla le preguntará al usuario si quiere aceptar que la app conozca su ubicación o tenga acceso a su teléfono, por ejemplo.
Un dispositivo Android, por su parte, enumera la lista de cosas a las que la aplicación tendrá acceso si queremos instalarla.
Pero en la siguiente versión de Android, Google la retiró disculpándose con el argumento de que dicha característica se había lanzado antes tiempo. Como pueden imaginarse la EFF clic no se alegró mucho.
Quizá los dueños de los sistemas operativos móviles (Apple, Google, Microsoft) se vean obligados a ser mucho más estrictos respecto a la información accesible a las apps o mucho más transparentes y flexibles permitiendo a los usuarios conocer a fondo la información que comparten.
Si el usuario tiene el poder de decidir qué información compartir y cuál no, las quejas serían menores.
Los usuarios confían en sus dispositivos y los asumen -no tienen por qué pensar de otra manera- como su propiedad privada. Las apps que no cuidan sus datos están traicionando esa confianza.
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