Es Roger Federer lanzándose a la yugular de Rafael Nadal. Se juegan las semifinales del Abierto de Australia, y el suizo protagoniza un arranque que lleva la firma de Stefan Edberg, su nuevo técnico: igual que un lobo que huele sangre fresca, el número seis ataca la red sin medianías, enseñando los colmillos y huyendo del desgaste de la línea de fondo. Ocurre que al otro lado no hay un cordero herido, sino el mejor cazador que hay ahora en el tenis: de pasante en pasante, Nadal convierte a su contrario en un kamikaze con la derrota como único destino, y acaba destruyendo el revés del suizo en el camino. La nueva raqueta, de cabeza más grande, no ayuda al campeón de 17 grandes a controlar la derecha alta del ganador de 13. Por ese costado, Federer vive un auténtico drama, y suma tantos errores como para explicar que la mítica rivalidad amenace con convertirse en monólogo: Nadal (7-6, 6-3 y 6-3) manda 23-10, no pierde en los grandes desde 2007 y ha ganado ocho de los últimos 10 cruces. El español jugará por el título con Stan Wawrinka, que en 12 partidos no le ha ganado ni un set.
“Jugar con Roger siempre es muy especial . Es un gran campeón, y para mí un honor estar en la misma era que él”, dijo sobre la pista el ganador, que usó brillantemente el revés cruzado para abrirse la pista y contener las derechas de su contrario. “Tras perderme el año pasado el torneo (por lesión) es muy emotivo volver a la final”, añadió el español, que en 2012 perdió el partido decisivo contra Novak Djokovic en 5h 53m. “Sé que me queda un oponente muy difícil, que está sacando impresionantemente y que tendré que ser muy agresivo para que no pegue en posiciones fáciles”.
Federer defiende con la máxima ambición su suerte en el encuentro. Sopla el viento, es de noche y hace frio. Esas tres circunstancias, que perjudican su propuesta de abordaje continuo, no le cohíben. “Let’s go Roger, let’s go!”, chilla la gente que abarrota la pista Rod Laver. Y Federer que ataca por primera vez la red sobre un segundo servicio. Y Federer que tira plano, planísimo, disparando pelotazos cuya estela sigue hacia adelante con la raqueta como lanza pero sin escudo. Y Federer que pierde los cuatro primeros puntos que toca con el revés, y que así tiene muy claro de qué va el partido. O saca muy bien, o pierde seguro, porque no tiene armas para aguantar el pulso desde la línea de fondo. Cuando baja el telón, su hoja de servicios dice que solo ha disparado un 66% de primeros saques y solo ha ganado el 65% de esos puntos, frente al 81% del resto del torneo. Insuficiente.
Nadal crece con el paso de los minutos. Él, con todas sus cicatrices, incluida esa ampolla en la mano izquierda de la que tiene que volverle a tratar el fisio, es un tenista en plenitud, que cabalga sobre la fuerza de sus 27 años y de un 2013 impresionante. Federer, un genio de 32 años, jamás se le acerca en el partido y compite con la angustia de saber que el reloj juega en su contra. El suizo no se apunta ni una mísera bola de break en las dos primeras mangas. En ese tramo, por todo botín al resto puede presumir de un deuce (¡uno!). Agarrado a sus tiros de leyenda, Federer es capaz de negar las primeras siete bolas de break de Nadal, resiste hasta el tie-break de la primera manga, y sueña con encontrar la inspiración en el momento justo. El paso de los minutos es su condena. Disparado en los errores en los golpes de transición, a media pista, Nadal le supera en todos los apartados del juego, lo que le permite salir sin heridas de un día muy normalito al servicio, porque los restos de revés del suizo salen de una película de miedo.
El lenguaje corporal del campeón de 17 grandes refleja su desesperación. Niega con la cabeza tras sus fallos de revés. Repite una y mil veces el gesto del golpe. Las estadísticas demuestran cómo intenta atacar la bola de Nadal más adelante que nunca, y también cómo eso no le sirve de nada. Grita como no ha gritado casi nunca y se queja al juez de silla de los ruidos que emite Nadal al golpear la pelota, que son los mismos de siempre. La llave del partido está en las manos del número uno del mundo, que con todo a su favor para cerrar la puerta (dos sets y break de ventaja) suma tres errores en un mismo juego para entregarle a su contrario la primera rotura del duelo. Da lo mismo. Federer, un tenista como no habrá otro, magnífico y maravilloso, no encuentra soluciones estratégicas para el drive de Nadal, ni para sus piernas, que con recuperaciones increíbles le obligan siempre a más esfuerzos, a más riesgos, a más fallos.
Lo vio el mítico Pete Sampras en el palco de honor: Nadal está en un partido de igualar su histórica marca de 14 grandes.
Federer jamás se le acerca en el partido y compite con la angustia de saber que el reloj juega en su contra
Nadal crece con el paso de los minutos. Él, con todas sus cicatrices, incluida esa ampolla en la mano izquierda de la que tiene que volverle a tratar el fisio, es un tenista en plenitud, que cabalga sobre la fuerza de sus 27 años y de un 2013 impresionante. Federer, un genio de 32 años, jamás se le acerca en el partido y compite con la angustia de saber que el reloj juega en su contra. El suizo no se apunta ni una mísera bola de break en las dos primeras mangas. En ese tramo, por todo botín al resto puede presumir de un deuce (¡uno!). Agarrado a sus tiros de leyenda, Federer es capaz de negar las primeras siete bolas de break de Nadal, resiste hasta el tie-break de la primera manga, y sueña con encontrar la inspiración en el momento justo. El paso de los minutos es su condena. Disparado en los errores en los golpes de transición, a media pista, Nadal le supera en todos los apartados del juego, lo que le permite salir sin heridas de un día muy normalito al servicio, porque los restos de revés del suizo salen de una película de miedo.
El lenguaje corporal del campeón de 17 grandes refleja su desesperación. Niega con la cabeza tras sus fallos de revés. Repite una y mil veces el gesto del golpe. Las estadísticas demuestran cómo intenta atacar la bola de Nadal más adelante que nunca, y también cómo eso no le sirve de nada. Grita como no ha gritado casi nunca y se queja al juez de silla de los ruidos que emite Nadal al golpear la pelota, que son los mismos de siempre. La llave del partido está en las manos del número uno del mundo, que con todo a su favor para cerrar la puerta (dos sets y break de ventaja) suma tres errores en un mismo juego para entregarle a su contrario la primera rotura del duelo. Da lo mismo. Federer, un tenista como no habrá otro, magnífico y maravilloso, no encuentra soluciones estratégicas para el drive de Nadal, ni para sus piernas, que con recuperaciones increíbles le obligan siempre a más esfuerzos, a más riesgos, a más fallos.
Lo vio el mítico Pete Sampras en el palco de honor: Nadal está en un partido de igualar su histórica marca de 14 grandes.
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