Aquí, en Sicilia, todos los saben. El Etna es una fuerza de la naturaleza imparable que desde la noche de los tiempos, no ha dejado de vomitar lava, bombas incandescentes y nubes de cenizas. Pero lo quieren. Incluso los 300.000 habitantes de Catania, ciudad situada a 20 kilómetros de los cráteres siete veces destruida por sus violentos episodios, las explosiones que el viejo volcán provoca con una cadencia caprichosa se aceptan igual que una tormenta de verano.
"El volcán destruye y el volcán regala la vida"
Prueba de su actividad es que a lo largo de los últimos cuatro siglos ha registrado, al menos, 60 grandes erupciones. Y desde 2000, ha provocado cuatro grandes explosiones, la última en 2008. Aparte de estos episodios de mayor violencia, el volcán no deja de mostrar una actividad incesante, sucediéndose las explosiones y la emisión de grandes fumarolas por sus numerosos cráteres.
A pesar de ello, ya decimos, aquí en Sicilia nadie teme al Etna. Todo lo contrario, se le considera uno más de la familia. El abuelo cascarrabias que no falta en ninguna fiesta. Y sometido a la más estricta vigilancia, monitorizado igual que un anciano de salud delicada, los científicos mantienen el mismo discurso que el resto de los sicilianos. "El volcán destruye y el volcán regala la vida", todos repiten por aquí igual que si fuera un mantra budista. Saben bien lo que dicen.
Atractivo turístico
El gigante de fuego atrae todos los años a miles de turistas ávidos de ver en directo sus exhibiciones. Todos los veranos se aproximan hasta el límite de la zona cero, allá arriba, cerca de los tres mil metros de altura, suben a paletadas para pasear por un temible mar de cenizas que derrite las suelas de sus zapatos y que hace dos milenios y medio acogió a Empédocles de Agrigento, el filósofo griego, quien decidió arrojarse al volcán a cambio de la inmortalidad. Los visitantes suben alguno de los cráteres de bolsillo surgidos alrededor de los restos del refugio Torre del filósofo, mientras les sobresaltan los lejanos bramidos del gigante ardiente.En invierno también viene mucha gente por aquí. El paisaje es muy diferente, pues lo cubre la nieve. No es demasiado conocida fuera de Italia, pero a un par de kilómetros de los cráteres principales, una estación de esquí extiende sus pistas sobre las coladas de lava y las laderas de magma solidificadas. Esquiar bajo el volcán está muy chic y a la gente le gusta contar como bajó por unas pendientes donde poco tiempo antes corrían ríos de lava hirviente.
Por hablar de algo más tradicional, debe señalarse que el vino que crece al arrimo de estos campos volcánicos, tiene merecida fama y ha recibido un montón de premios y reconocimientos. Por su parte, los pistachos de Bromo, que crecen a la sombra del Etna, son los mejores del mundo. Oro verde que mutará en helados de sabor único. Humilde materia prima del agro siciliano considerada entre los primeros productos naturales trasalpinos. Hablando de gastronomía bajo el volcán italiano, la tradición asegura que fue a los pies del Etna donde los árabes inventaron el delicioso dulce helado, al mezclar la nieve de su cima con zumo de las frutas sicilianas.
Citado por Homero y por Virgilio, en aquellas épocas tempranas el volcán parecía más temible. La primera erupción de la que hay noticias se remonta al 1.500 antes de Cristo, pero quienes le vigilan afirman que el Etna lleva así medio millón de años. Siempre con el mismo e irascible humor. "La actividad eruptiva casi permanente del Monte Etna continúa influenciando la vulcanología, la geografía y otras disciplinas sobre las ciencias de la Tierra", ha expresado la Unesco a la hora de concederle su prestigioso galardón. Merece la pena venir a comprobarlo.
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