sábado, 28 de septiembre de 2013

HOMENAJE 70 AÑOS DE LECH WALESA




por SONIA APARICIO
La noche del 31 de julio de 1980, la policía militar polaca irrumpe en un pequeño apartamento del barrio de Stogi, en la localidad de Gdansk, al otro lado del Telón de Acero. Una mujer embarazada ve cómo se llevan a su marido, arrestado, cuando ella está a punto de dar a luz. Es Lech Walesa, un electricista en paro que ha estado repartiendo octavillas sindicalistas que el gobierno comunista no está dispuesto a permitir. La pequeña Anna —será la sexta de ocho hermanos— llega al mundo unas horas antes de que su padre sea liberado. No ha cumplido dos semanas de vida cuando, el 14 de agosto, su padre se convierte en el líder de la huelga que paraliza los astilleros Lenin, los mayores del país.
«Los trabajadores éramos como una gran familia, ayudándonos unos a otros», recuerda Józef Wysocki (77 años), hoy jubilado. «Incluso si había un funeral, todos aportábamos dinero para los gastos. Eso significa Solidarnosc (Solidaridad): la gente unida para lograr algo». El logo que adopta el sindicato, letras rojas que se apoyan unas en otras bajo la bandera polaca, así lo refleja.
«Recuerdo las huelgas, yo era un niño de 5 o 6 años. No entendía demasiado, pero sabía que algo muy importante estaba ocurriendo en los astilleros», cuenta Wojtek Romejko, historiador y guía turístico. «El camino a la democracia no ha sido fácil», prosigue, «pero nos ha dado más oportunidades para desarrollarnos y crecer. Para mí, Walesa es el gran símbolo vivo del gran cambio histórico que ocurrió en Polonia». Aunque no todos le siguen venerando hoy. Al menos Alexandra Olszewska, testigo directo de aquellas huelgas y que, cumplidos los 86, aún regenta un kiosco de 'souvernirs' ante la puerta 2 de los astilleros: «Walesa era una persona muy cercana, pronto se volvió muy popular, pero quizá demasiado ambicioso».
El hombre que cambiaría el destino de Polonia —y como un dominó, de otros países comunistas— nació un día de septiembre de 1943, en mitad de la Segunda Guerra Mundial, en la pequeña localidad rural de Popowo. Feliksa alumbraba al pequeño Lech mientras su marido, Boleslaw, era prisionero de los nazis. De su madre mamó las profundas convicciones religiosas que han marcado toda su vida. Parece que el mayor trauma de su infancia lo vivió Walesa cuando, al morir su padre, su madre se casó con su tío.
Tenía 24 años cuando tomó un tren para Gdynia, pero el destino le llevó hasta Gdansk: quiso tomarse una cerveza y visitar la ciudad antes de continuar su viaje, pero allí se quedó al encontrar a un conocido que le contó que podría encontrar trabajo en los astilleros Lenin, entonces con 15.000 empleados. Durante unos años, el joven técnico electricista fue el número 61-878 entre miles de trabajadores como él, en una compañía por la que las autoridades polacas sacaban pecho pero donde las condiciones laborales llegaban a ser deplorables: 10 horas de trabajo al día, seis días a la semana, muchas veces a la intemperie y con pésimas medidas de seguridad.
El descontento social desembocaba en protestas en las ciudades industriales de la costa báltica con cada subida de precios de los alimentos básicos y artículos de primera necesidad. Así fue en 1970, 1976, 1980, 1988… La Ley marcial que estableció Jaruzelski en 1981 cortó las alas a un movimiento que siguió existiendo en la clandestinidad hasta que en abril de 1989 fue legalizado. A finales de ese mismo año cae el Muro de Berlín y Polonia se encamina hacia sus primeras elecciones libres. Walesa ya era desde años antes un mito internacional, 'Hombre del Año' de la revista 'Time' en 1981 y premio Nobel en 1983. En diciembre de 1990, el electricista se convierte en presidente.
Hoy, flores, fotografías y un enorme cartel con las '21 demandas' recuerdan, ante la puerta 2, a los hombres y mujeres que durante décadas alzaron su voz contra el comunismo, a pocos metros del monumento de tres cruces de metal que representan las huelgas de 1956, 1970 y 1976 y honra a los caídos. Y en la solapa, el ahora expresidente aún luce la insignia de la virgen negra Czestochowa, patrona de Polonia, que su amigo, asesor y confesor Henryk Jankowsky —que ofrecía misa diaria ante los huelguistas— le regaló en aquellos tiempos convulsos.

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