domingo, 24 de noviembre de 2013
JACQUELINE KENNEDY PARTICIPO EN LA CREACIÓN DEL MITO J.F. KENNEDY DESPUÉS DE SU MUERTE.
Life no publicó nada que pudiera herir la sensibilidad del lector o hacerle sentir incómodo (así han cambiado los tiempos) de la entrevista que Teddy White le hizo a la viuda de John F. Kennedy días después del magnicidio. Por aquella época, la revista tenía una circulación semanal de 7 millones y la leían más de 30. Lo que arrojó la imprenta, tras horas de esperar a que White concluyera su historia [cerca de las dos de la madrugada en la casa de los Kennedy en Hyannis Port (Massachusetts)] fue el nacimiento de Camelot tras la muerte de su rey.
"Oí esas pequeñas detonaciones. Vi cómo Connally (gobernador de Texas) se agarraba los brazos... Todo lo que recuerdo es un edificio grisáceo enfrente. Entonces Jack se volvió... Parecía desconcertado... Se desplomó hacia atrás... Pude ver cómo se le caía un pedazo de cráneo", explicó con compostura la viuda del trigésimo quinto presidente de la nación, aunque nunca se publicó. Los lectores sí supieron, en cambio, que se despidió de él con un beso y colocándole su alianza de casada en el dedo meñique.La entereza y la dignidad que aquella mujer de 34 años mostró en los momentos posteriores al asesinato de su esposo y los días venideros impresionaron al mundo. Jacqueline Kennedy se negó a abandonar la sala del hospital Parkland donde médicos residentes se dejaron el aliento en intentar reavivar a un hombre que llegó con el certificado de muerte grabado en su sien derecha. La discusión se zanjó cuando dijo: "Es mi marido; es su sangre, todo su cerebro está esparcido sobre mí". Poco antes había entregado a la enfermera jefe "masa cerebral y un trozo de cráneo" que guardaba celosa en su mano derecha protegida por un guante que ya no era blanco sino sanguinolento. Nada de esto se publicó en Life.La nostalgia ha dulcificado la década de los cincuenta y el principio de los sesenta. La memoria que todo lo suaviza hace olvidar una época de segregación racial, de amenaza nuclear fruto de la Guerra Fría y la política de bloques, de cazas de brujas y McCarthysmo."Hay algo que le quiero contar. No dejo de pensar en una estrofa de ese musical", le confesó a White la ya ex primera dama. Entonces, la mujer que ha sido por décadas referencia de la elegancia y que no se lavó la sangre de su rostro hasta estar a bordo del Air Force One y que Johnson jurase el cargo, relató al periodista de Life que cada noche, antes de irse a dormir, a su esposo le gustaba escuchar discos y que su canción favorita era el final del famoso musical de Broadway "Camelot", que concluía así: "No olvidemos / que una vez existió un lugar / que durante un breve pero brillante momento fue conocido como Camelot"."Nunca volverá a haber otro Camelot", prosiguió ensimismada la viuda. "Habrá otros grandes presidentes, pero jamás volverá a haber otro Camelot", insistió en referencia a ese universo de ficción creado por el autor británico T. H. White (nada que ver con el reportero de Life), en el que la gente soñaba con una Mesa Redonda como el mundo, sin esquinas, sin fronteras entre las naciones, que se sentarían alrededor de ella para festejar juntas.Cuando White dictaba por teléfono su crónica, el editor David Maness le hizo notar que la referencia a Camelot era demasiado larga. Según el relato del propio White, en aquel momento entró Jackie en la sala y debió intuir lo que conversaban ambos hombres porque negó con su cabeza. Ella quería que la historia se abriese con Camelot. White lo hizo notar educada y sutilmente a su interlocutor en Nueva York, lo que hizo que Maness sospechara de la presencia de la viuda. "¿Está ahí?", inquirió.La rotativa esperaba. Life capituló y dejó las referencias a Camelot en la pieza. La revista entregó a millones de americanos la definición romántica de una era. Acababa de nacer un mito, una leyenda, aquella que equiparaba al rey Arturo y su reina Ginebra con los plebeyos Jack y Jackie. La idealización de un tiempo en que todo fue mejor. Qué importaba si no era cierto. "Fue una lectura equivocada de la historia", reconocería tiempo después el propio White. Y sin embargo, 50 años después, el mito sigue vivo. Para saber Cuna. Jacqueline Bouvier nació en Nueva York, en 1929. Su familia era de clase alta. Profesión. Jackie era periodista del The Washington Times-Herald cuando conoció a JFK.Boda. La pareja se casó el 12 de septiembre de 1953 y tuvieron dos hijos. Deceso. En 1968 se casó con el multimillonario Aristóteles Onassis. Ella falleció en 1994. El detalle Labor. En la Casa Blanca, Jackie se dedicó a las artes y la cultura, ofreció prestigiosas recepciones y se encargó de la educación de los dos hijos de la pareja: Caroline y John-John, quien falleció en 1999.Un cambio en la Casa Blanca La llegada de Jacqueline Kennedy a la Casa Blanca como primera dama en 1961 supuso toda una revolución por su magnetismo, una elegancia que traspasó fronteras y la introducción de rituales sociales en la mansión presidencial que aún sobreviven 50 años después.Fue el inicio "de una Casa Blanca más elegante, más internacional, adaptada a las exigencias de los tiempos", indicó Emilio Viano, analista político y profesor de la American University. EFE Life no publicó nada que pudiera herir la sensibilidad del lector o hacerle sentir incómodo (así han cambiado los tiempos) de la entrevista que Teddy White le hizo a la viuda de John F. Kennedy días después del magnicidio. Por aquella época, la revista tenía una circulación semanal de 7 millones y la leían más de 30. Lo que arrojó la imprenta, tras horas de esperar a que White concluyera su historia [cerca de las dos de la madrugada en la casa de los Kennedy en Hyannis Port (Massachusetts)] fue el nacimiento de Camelot tras la muerte de su rey."Oí esas pequeñas detonaciones. Vi cómo Connally (gobernador de Texas) se agarraba los brazos... Todo lo que recuerdo es un edificio grisáceo enfrente. Entonces Jack se volvió... Parecía desconcertado... Se desplomó hacia atrás... Pude ver cómo se le caía un pedazo de cráneo", explicó con compostura la viuda del trigésimo quinto presidente de la nación, aunque nunca se publicó. Los lectores sí supieron, en cambio, que se despidió de él con un beso y colocándole su alianza de casada en el dedo meñique.La entereza y la dignidad que aquella mujer de 34 años mostró en los momentos posteriores al asesinato de su esposo y los días venideros impresionaron al mundo. Jacqueline Kennedy se negó a abandonar la sala del hospital Parkland donde médicos residentes se dejaron el aliento en intentar reavivar a un hombre que llegó con el certificado de muerte grabado en su sien derecha. La discusión se zanjó cuando dijo: "Es mi marido; es su sangre, todo su cerebro está esparcido sobre mí". Poco antes había entregado a la enfermera jefe "masa cerebral y un trozo de cráneo" que guardaba celosa en su mano derecha protegida por un guante que ya no era blanco sino sanguinolento. Nada de esto se publicó en Life.La nostalgia ha dulcificado la década de los cincuenta y el principio de los sesenta. La memoria que todo lo suaviza hace olvidar una época de segregación racial, de amenaza nuclear fruto de la Guerra Fría y la política de bloques, de cazas de brujas y McCarthysmo."Hay algo que le quiero contar. No dejo de pensar en una estrofa de ese musical", le confesó a White la ya ex primera dama. Entonces, la mujer que ha sido por décadas referencia de la elegancia y que no se lavó la sangre de su rostro hasta estar a bordo del Air Force One y que Johnson jurase el cargo, relató al periodista de Life que cada noche, antes de irse a dormir, a su esposo le gustaba escuchar discos y que su canción favorita era el final del famoso musical de Broadway "Camelot", que concluía así: "No olvidemos / que una vez existió un lugar / que durante un breve pero brillante momento fue conocido como Camelot"."Nunca volverá a haber otro Camelot", prosiguió ensimismada la viuda. "Habrá otros grandes presidentes, pero jamás volverá a haber otro Camelot", insistió en referencia a ese universo de ficción creado por el autor británico T. H. White (nada que ver con el reportero de Life), en el que la gente soñaba con una Mesa Redonda como el mundo, sin esquinas, sin fronteras entre las naciones, que se sentarían alrededor de ella para festejar juntas.Cuando White dictaba por teléfono su crónica, el editor David Maness le hizo notar que la referencia a Camelot era demasiado larga. Según el relato del propio White, en aquel momento entró Jackie en la sala y debió intuir lo que conversaban ambos hombres porque negó con su cabeza. Ella quería que la historia se abriese con Camelot. White lo hizo notar educada y sutilmente a su interlocutor en Nueva York, lo que hizo que Maness sospechara de la presencia de la viuda. "¿Está ahí?", inquirió.La rotativa esperaba. Life capituló y dejó las referencias a Camelot en la pieza. La revista entregó a millones de americanos la definición romántica de una era. Acababa de nacer un mito, una leyenda, aquella que equiparaba al rey Arturo y su reina Ginebra con los plebeyos Jack y Jackie. La idealización de un tiempo en que todo fue mejor. Qué importaba si no era cierto. "Fue una lectura equivocada de la historia", reconocería tiempo después el propio White. Y sin embargo, 50 años después, el mito sigue vivo.
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