Esto que voy a contar sucedió hace pocos años. La reina inauguraba un
monumento histórico en Las Palmas, en lo que había sido la residencia particular
de una importante familia canaria. La que fuera propietaria, que le iba
enseñando la antigua configuración del palacio, de repente se detuvo en la
buhardilla y recordó conmovida "esta era mi habitación y cuarto de juegos, las
paredes estaban pintadas con dibujos de Walt Disney". La reina, que asentía a
todo algo distraída, se detuvo de repente, se tambaleó, empalideció, la cogió
del brazo y casi gritó "¿Cómo?". Su interlocutora se sorprendió y le aclaró "sí,
ya sabe vuestra majestad, Blancanieves, Bambi..." y la reina prosiguió con voz
enronquecida y frente sudorosa, apoyada en la pared porque si no se hubiera
caído, "Dumbo... Cenicienta...". Le trajeron un vaso de agua, doña Sofía no dio
ninguna explicación sobre su inusitado comportamiento, se
recuperó y prosiguió la visita con normalidad.
La elegante canaria se acercó a mí cuando yo presentaba en las islas mi libro 'La soledad de la reina', "nunca pude entender qué le pasó... estaba muy alterada, parecía que quisiera echarse a llorar...". Yo pude desentrañarle el misterio. Sofía cumplió ocho años, tal día como hoy en 1946, recién terminada la Segunda Guerra Mundial, cuando acababa de volver de su largo y penoso exilio en el que llegaron a convivir con ratones y a comer hierbas de los caminos. La singular Federica olvidó la fecha, sólo la recordó cuando su hija, llena de ilusiones porque iba a pasar ese cumpleaños ya en su patria, le dio las buenas noches antes de acostarse. Sin saber qué regalarle en aquella Grecia desabastecida y pobre, a Federica se le ocurrió llamar a un amigo artista para que pintara las paredes de la habitación de Sofía, sin hacer ruido, con dibujos de Walt Disney.
Cuando la bassilisa despertó, creyó que soñaba: Dumbo, Blancanieves con su rostro de porcelana y su pelo negrísimo, Cenicienta y sus atroces hermanastras, Bambi, Micky Mouse y su novia Minnie de zapatos enormes, Popeye el marino y Olivia de las piernas delgadas como alambres, todos la miraban desde las paredes como queriendo jugar con ella ¡Nunca Sofía ha olvidado aquella mañana en que, incrédula y extasiada, se levantó y fue a tocar con el dedo aquellos personajes que le parecían tan reales como sus hermanos! A los pocos meses, cuando murió su tío y su padre se convirtió en rey, la familia tuvo que trasladarse al palacio real. Abandonaron Psychico y Sofía se despidió llorando de esos "amigos" que no iba a olvidar nunca.
La dama elegante asintió en silencio a mi explicación, y me dijo en un susurro emocionado, "cuando se fue yo le hice la reverencia, pero doña Sofía me abrazó y me dijo al oído, qué dolor, qué tristeza que todo se termine". Y no supimos si la reina lo decía por los dibujos de su infancia o por su propia vida.
La elegante canaria se acercó a mí cuando yo presentaba en las islas mi libro 'La soledad de la reina', "nunca pude entender qué le pasó... estaba muy alterada, parecía que quisiera echarse a llorar...". Yo pude desentrañarle el misterio. Sofía cumplió ocho años, tal día como hoy en 1946, recién terminada la Segunda Guerra Mundial, cuando acababa de volver de su largo y penoso exilio en el que llegaron a convivir con ratones y a comer hierbas de los caminos. La singular Federica olvidó la fecha, sólo la recordó cuando su hija, llena de ilusiones porque iba a pasar ese cumpleaños ya en su patria, le dio las buenas noches antes de acostarse. Sin saber qué regalarle en aquella Grecia desabastecida y pobre, a Federica se le ocurrió llamar a un amigo artista para que pintara las paredes de la habitación de Sofía, sin hacer ruido, con dibujos de Walt Disney.
Cuando la bassilisa despertó, creyó que soñaba: Dumbo, Blancanieves con su rostro de porcelana y su pelo negrísimo, Cenicienta y sus atroces hermanastras, Bambi, Micky Mouse y su novia Minnie de zapatos enormes, Popeye el marino y Olivia de las piernas delgadas como alambres, todos la miraban desde las paredes como queriendo jugar con ella ¡Nunca Sofía ha olvidado aquella mañana en que, incrédula y extasiada, se levantó y fue a tocar con el dedo aquellos personajes que le parecían tan reales como sus hermanos! A los pocos meses, cuando murió su tío y su padre se convirtió en rey, la familia tuvo que trasladarse al palacio real. Abandonaron Psychico y Sofía se despidió llorando de esos "amigos" que no iba a olvidar nunca.
La dama elegante asintió en silencio a mi explicación, y me dijo en un susurro emocionado, "cuando se fue yo le hice la reverencia, pero doña Sofía me abrazó y me dijo al oído, qué dolor, qué tristeza que todo se termine". Y no supimos si la reina lo decía por los dibujos de su infancia o por su propia vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario