El ejemplo de arriba
Jorge
Barraza
jbarraza@uolsinectis.com.ar
Emelec es el flamante campeón ecuatoriano. No extrañará que
conquiste varios títulos más en el futuro inmediato. Es el equipo mejor
administrado del Ecuador. No debe.jbarraza@uolsinectis.com.ar
Lanús está considerada una institución modelo en la Argentina. (Aunque es un elogio con pinzas: en la Argentina actual, cualquier tópico con visos normales califica en la categoría “modelo”). Aún con el antiguo sistema de asociación civil, incluso con su naturaleza barrial, Lanús es manejado con eficiencia, casi no tiene deudas, es prudente en las contrataciones y vende cuando aparece una oferta realmente tentadora. No está desesperado por dinero. Y no rifa su plantel; lo cuida. Un buen equipo es el mejor tesoro de los clubes de fútbol.
Lanús fue campeón de la Copa Sudamericana 2013 y batalló hasta la última fecha por el título en el torneo local. Será rival de respeto en la próxima Libertadores. Ponderable.
Emelec, pese a ser un club grande y por ende tener mayores urgencias de éxito, es el equipo mejor administrado del Ecuador. No debe. Acaba de transferir a Enner Valencia al Pachuca en 4,8 millones de dólares. “Es el único que se irá, queremos mantener el resto del plantel e incorporar dos o tres nacionales, ya que nuestro sueño y máximo objetivo, es ganar la Copa”, nos confiesa Nassib Neme, su presidente. Neme acaba de anunciar la ampliación y remodelación total del histórico estadio del club, el George Capwell, que tendrá 40.000 asientos. Emelec es el flamante campeón ecuatoriano. No extrañará que conquiste varios títulos más en el futuro inmediato. Es la entidad que promueve más talentos de sus divisiones inferiores. Christian Noboa, Jefferson Montero y el propio Valencia son algunas de las últimas perlas de su semillero.
Atlético Nacional de Medellín logró, una vez más, el campeonato colombiano. A nadie sorprende. Está plasmando una hegemonía. Y no debería tardar en igualar o superar el récord de estrellas de Millonarios (14 a 13). No es suerte; con otro armazón jurídico –pertenece al multimillonario grupo Ardila Lülle– lo suyo también pasa por la eficiencia conductiva, la coherencia. Siempre tiene una plantilla excelente. Ahora debe ir por la Libertadores (dejó escapar una chance en el 2012).
Bolívar obtendrá un nuevo campeonato boliviano si gana esta tarde en Potosí. Uno más. Bolívar tiene la suerte de ser presidido por Guido Loayza, seguramente el mejor dirigente boliviano de la historia (llevó a Bolivia al Mundial 1994 siendo titular de la Federación).
Guido maneja el fútbol y la entidad. Del dinero se encarga BAISA –Bolívar Administración, Inversiones y Servicios Asociados–, compañía presidida por Marcelo Claure, hincha celeste y uno de los empresarios latinoamericanos más exitosos de Estados Unidos y el mundo, fundador y dueño de la Brightstar Corporation, fabricante y distribuidora de celulares valuada en 8.000 millones de dólares. Nadie piense que Claure (va a estar alentando hoy en Potosí) desembolsa millones todos los meses. Nada que ver.
Cuida hasta el centavo, simplemente gestiona con rigor y garantiza que no le falte nada al club ni al equipo. Bolívar es una estación intermedia entre las sociedades civiles y las privadas: está gerenciado. Por BAISA.
Hay más ejemplos similares: el Caracas FC en Venezuela, Real Garcilaso y Universidad San Martín en Perú, Nacional y Libertad de Paraguay, el mismo San Lorenzo desde que asumió Marcelo Tinelli. No es casual: los clubes más prolijos y serios en su desenvolvimiento (no necesariamente los más pudientes) son los asociados al triunfo. Pagan puntualmente, tratan de dar estabilidad a sus planteles, les proporcionan buenos entrenadores, óptimos centros de entrenamiento, todos los implementos necesarios, están en el detalle, sus dirigentes muestran presencia, respetan su palabra.
Desde luego, todo esto debe ser aderezado con conocimiento futbolístico. De ello se parte. Si el presidente es un empresario brillante, pero no sabe evaluar a un jugador y compra o vende mal, de nada servirá su talento ejecutivo. Si no sabe, debe confiar en un director deportivo capaz.
Independiente acaba de presentar el peor balance en 122 años del fútbol argentino: debe unos 37 millones de dólares. Por supuesto está en la segunda división. Antes de irse de vacaciones, el técnico Omar De Felippe (que casi milagrosamente lo llevó del puesto vigésimo al tercero) tuvo que exigirle al presidente que no contrate ningún jugador sin su consentimiento. Donde De Felippe se descuide, le trae tres troncos. Carísimos, eso sí. Luego le exige vender al mejor del plantel para pagar a los tres troncos.
Independiente es un gigante que cuenta con 97.000 socios, pero queda claro: es la antípoda de los clubes bien conducidos y, por ende, exitosos. El DT, convertido en un redentor para los hinchas, pasó a ser un personaje fuerte. Desde su solidez afirmó: “Quiero refuerzos, no incorporaciones”.
Desde luego, en todos los países las aspiraciones de las entidades son diversas. Belgrano de Córdoba no se pone el título como objetivo. Su meta es permanecer en primera división y crecer un poquitito cada año. Hace todo bien. Su presidente, otro fuerte empresario, no pone una moneda en el club, pero no saca. Tiene cero deuda, los salarios al día, se maneja con modestia aunque férreamente. Belgrano tiene un presupuesto pequeñísimo y es feliz: terminó sexto. River fue decimoquinto; Racing decimoséptimo.
Hemos tomado para el análisis figuras jurídicas diferentes. En todas ellas surge un denominador común: el que administra con prudencia y responsabilidad, alcanza el éxito. El ejemplo de arriba genera mística, como los triunfos. La seriedad obliga al futbolista, al técnico, a dar el máximo. Genera contagio. Le encanta al jugador ser parte de una organización que funciona. Piensa solo en jugar. Rinde más. Cuando las cosas caminan mal, el jugador tiene una excusa a mano para explicar los malos rendimientos. Si todas nuestras instituciones actuaran como este puñado digno de mención, el fútbol sudamericano a nivel de clubes sería una locomotora, no un vagón del medio.
El que administra con prudencia y responsabilidad, alcanza el éxito. La seriedad obliga al futbolista, al técnico, a dar el máximo. Genera contagio.
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