Un 20 de mayo de 1964 España se asomó al mundo. Ese día confirmaba la alternativa de matador de toros, un ídolo de una honda extracción popular de la España profunda.
Manuel Benítez Pérez (1936), huérfano de un jornalero muerto en la Guerra Civil (1936-1939) y él mismo albañil en Madrid para no morir de hambre, se asomaba ante millones de ojos de España ante un hito premonitorio del influjo de los medios masivos de comunicación.
La corrida de aquella tarde no era una más del abono de la Feria de San Isidro, ayer como hoy, el serial taurino más largo e importante del mundo. Y no era una más, por cuanto por primera vez las cámaras de Televisión Española iban a poner en directo ante millones de personas de toda España y luego difundirlo por el mundo, el acontecimiento taurino de un fenómeno del toreo.
El Cordobés
El Cordobés junto a su padre
El encierro de ganado de Benítez Cubero traía reseñado a Impulsivo, un toro que se habría de hacer famoso porque infirió una enorme cornada en la ingle a El Cordobés y porque finalmente fue despachado por el matador que ofició de padrino de la ritual ceremonia de confirmación de alternativa: Pedro Martínez ‘Pedrés’. El testigo de esa ceremonia era Juan García Mondeño, quien cambió la sotana por el traje de luces.
Aquel 20 de mayo de 1964, España se asomó al mundo para mostrar la cara más simbólica de su personalidad: el toreo. La recreación del antiguo rito de la vida y de la muerte, adorado en varios países latinos de Europa y de América, con fanáticos además en países de extraño origen cultural, pero con detractores consumados en nombre de una reivindicación animalista, que promueve la abolición. Todo un debate sociológico, ético y cultural que no termina de resolverse.
El toro de lidia nace, crece en la libertad vigilada en la anchura del campo, y llega a la plaza para consumar un rito ancestral de arte efímero y muerte, cuya fuerza vital es fuente de inspiración de creaciones artísticas únicas en distintas manifestaciones: pintura, escultura, música, ballet, ópera, poesía, prosa y varias películas.
El Cordobés
En el 2010, homenaje en los medios, plaza Quito
La España rebelde, republicana y progresista, peleó en la guerra y perdió con el triunfo de las fuerzas de militares a nombre del orden, organizadas bajo el liderazgo férreo del ‘Generalísimo’ Francisco Franco.
De aquella entraña popular derrotada, todo un ícono es Manuel Benítez, ‘El Cordobés’.
Su drama, una paupérrima tragedia familiar en la posguerra, su lucha por la vida y su obsesión por ser torero y ganar dinero, era y es hoy mismo, el anhelo de muchos niños humildes que sueñan con fama y riqueza. En aquella época de la posguerra, la hambruna y el estraperlo (comercio ilegal de alimentos), con una dictadura férrea que persiguió y liquidó toda disidencia, el fantasma de una brutal guerra civil se reflejó en aquel ‘Millón de muertos’, título de una novela que anima la tetralogía literaria que muestra la cruda cara de una guerra fratricida.
La historia del personaje de esta nota llega a manos de dos periodistas investigadores, cuyas obras cobraron fama en relatos tan potentes como ‘Oh Jerusalén’, ‘Arde París’ o ‘Esta noche, la libertad’ que describían el nacimiento del Estado de Israel, la liberación de Francia del yugo nazi cuando Hitler deliró con incendiar París o la impronta de Gandhi y la independencia de la India.
Los escritores y periodistas Dominique Lapierre ( francés)y Larry Collins (estadounidense), célebres por sus ‘best-sellers’, volcaron en las páginas de ‘O llevará luto por mí’, la vida de El Cordobés.
La trama, con una narración que atrapa el interés del lector, entrelaza con singular habilidad la historia de un hombre en su lucha por la supervivencia y la superación, un pasaje intenso de la vida de un pueblo como es una guerra civil y la puesta en escena ante un público universal de la temática taurina.
‘O llevarás luto por mí’ condensa el brindis de Manuel Benítez a su hermana, cuando le prometió que tras el triunfo, le compraría una casa o ella habría de llevar luto… La fuerza de las palabras que invocan el juego de la vida y la muerte presente en cada tarde de toros.
Con El Cordobés, que rompió las normas de lo clásico, que llenaba las plazas en una época de grandes maestros como Antonio Ordóñez, El Viti o Paco Camino, este torero psicodélico se revolvía con su salto de la rana ante los ojos del pueblo español que lo admiraba y se identificaba con él.
La dictadura aprovechó al personaje para darse un baño de contacto con la España humilde e ignorante (hasta después de ser matador, El Cordobés no sabía leer ni escribir) y proyectarse en un mundo que la repudiaba. Entonces se vislumbraba ya la posterior época del ‘destape’ y España se llenaba de turistas. Las portadas de la revista Life, los contactos con Los Beatles y la ruptura con la ortodoxia hicieron de Benítez un ídolo en toda regla, aun cuando sea una regla rota de aquella tauromaquia que, como ocurrió recién a sus 77 años, construye, desde su revolución técnica, un clásico de un toreo singular y una personalidad que se le desborda por la sonrisa intacta, a 50 años de la confirmación de su alternativa.
Manuel Benítez Pérez (1936), huérfano de un jornalero muerto en la Guerra Civil (1936-1939) y él mismo albañil en Madrid para no morir de hambre, se asomaba ante millones de ojos de España ante un hito premonitorio del influjo de los medios masivos de comunicación.
La corrida de aquella tarde no era una más del abono de la Feria de San Isidro, ayer como hoy, el serial taurino más largo e importante del mundo. Y no era una más, por cuanto por primera vez las cámaras de Televisión Española iban a poner en directo ante millones de personas de toda España y luego difundirlo por el mundo, el acontecimiento taurino de un fenómeno del toreo.

El Cordobés junto a su padre
El encierro de ganado de Benítez Cubero traía reseñado a Impulsivo, un toro que se habría de hacer famoso porque infirió una enorme cornada en la ingle a El Cordobés y porque finalmente fue despachado por el matador que ofició de padrino de la ritual ceremonia de confirmación de alternativa: Pedro Martínez ‘Pedrés’. El testigo de esa ceremonia era Juan García Mondeño, quien cambió la sotana por el traje de luces.
Aquel 20 de mayo de 1964, España se asomó al mundo para mostrar la cara más simbólica de su personalidad: el toreo. La recreación del antiguo rito de la vida y de la muerte, adorado en varios países latinos de Europa y de América, con fanáticos además en países de extraño origen cultural, pero con detractores consumados en nombre de una reivindicación animalista, que promueve la abolición. Todo un debate sociológico, ético y cultural que no termina de resolverse.
El toro de lidia nace, crece en la libertad vigilada en la anchura del campo, y llega a la plaza para consumar un rito ancestral de arte efímero y muerte, cuya fuerza vital es fuente de inspiración de creaciones artísticas únicas en distintas manifestaciones: pintura, escultura, música, ballet, ópera, poesía, prosa y varias películas.

En el 2010, homenaje en los medios, plaza Quito
La España rebelde, republicana y progresista, peleó en la guerra y perdió con el triunfo de las fuerzas de militares a nombre del orden, organizadas bajo el liderazgo férreo del ‘Generalísimo’ Francisco Franco.
De aquella entraña popular derrotada, todo un ícono es Manuel Benítez, ‘El Cordobés’.
Su drama, una paupérrima tragedia familiar en la posguerra, su lucha por la vida y su obsesión por ser torero y ganar dinero, era y es hoy mismo, el anhelo de muchos niños humildes que sueñan con fama y riqueza. En aquella época de la posguerra, la hambruna y el estraperlo (comercio ilegal de alimentos), con una dictadura férrea que persiguió y liquidó toda disidencia, el fantasma de una brutal guerra civil se reflejó en aquel ‘Millón de muertos’, título de una novela que anima la tetralogía literaria que muestra la cruda cara de una guerra fratricida.
La historia del personaje de esta nota llega a manos de dos periodistas investigadores, cuyas obras cobraron fama en relatos tan potentes como ‘Oh Jerusalén’, ‘Arde París’ o ‘Esta noche, la libertad’ que describían el nacimiento del Estado de Israel, la liberación de Francia del yugo nazi cuando Hitler deliró con incendiar París o la impronta de Gandhi y la independencia de la India.
Los escritores y periodistas Dominique Lapierre ( francés)y Larry Collins (estadounidense), célebres por sus ‘best-sellers’, volcaron en las páginas de ‘O llevará luto por mí’, la vida de El Cordobés.
La trama, con una narración que atrapa el interés del lector, entrelaza con singular habilidad la historia de un hombre en su lucha por la supervivencia y la superación, un pasaje intenso de la vida de un pueblo como es una guerra civil y la puesta en escena ante un público universal de la temática taurina.
‘O llevarás luto por mí’ condensa el brindis de Manuel Benítez a su hermana, cuando le prometió que tras el triunfo, le compraría una casa o ella habría de llevar luto… La fuerza de las palabras que invocan el juego de la vida y la muerte presente en cada tarde de toros.
Con El Cordobés, que rompió las normas de lo clásico, que llenaba las plazas en una época de grandes maestros como Antonio Ordóñez, El Viti o Paco Camino, este torero psicodélico se revolvía con su salto de la rana ante los ojos del pueblo español que lo admiraba y se identificaba con él.
La dictadura aprovechó al personaje para darse un baño de contacto con la España humilde e ignorante (hasta después de ser matador, El Cordobés no sabía leer ni escribir) y proyectarse en un mundo que la repudiaba. Entonces se vislumbraba ya la posterior época del ‘destape’ y España se llenaba de turistas. Las portadas de la revista Life, los contactos con Los Beatles y la ruptura con la ortodoxia hicieron de Benítez un ídolo en toda regla, aun cuando sea una regla rota de aquella tauromaquia que, como ocurrió recién a sus 77 años, construye, desde su revolución técnica, un clásico de un toreo singular y una personalidad que se le desborda por la sonrisa intacta, a 50 años de la confirmación de su alternativa.

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